Desde la discriminación, hasta el acoso y el menosprecio, el género femenino sigue sufriendo demasiado en algunas disciplinas.

Aunque en pleno siglo XXI la discriminación de género pueda parecer cosa del pasado, datos como el del último informe sobre el Índice de Normas Sociales de Género elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo demuestran que los prejuicios contra las mujeres siguen existiendo a nivel global.
El informe recoge datos de encuestas realizadas en 91 países en varios periodos entre el 2005 y el 2023 (World Values Survey) y expone los sesgos que muchas personas siguen teniendo sobre las capacidades y los derechos de las mujeres.
Algunos de los datos más reveladores muestran que el 49% de la población mundial considera que los hombres son mejores líderes políticos que las mujeres, el 43% cree que los hombres son mejores ejecutivos y el 46% sostiene que los hombres tienen más derecho a un puesto de trabajo que las mujeres.
En este contexto, cabría pensar que estos datos globales se explican, en parte, por las marcadas disparidades entre países y que la discriminación hacia las mujeres está, probablemente, relegada a contextos con difícil acceso a la educación. Pero, contra todo pronóstico, la discriminación de género permea hasta los ámbitos más «educados» y «racionales»: efectivamente, el mundo académico y científico no se libra.
Empieza en la etapa escolar
La carrera científica es, también, una carrera de obstáculos para las mujeres. Las trabas comienzan mucho antes del inicio de la vida laboral, cuando las niñas están aún en etapa escolar. El viejo estereotipo de «los hombres son de ciencias y las mujeres de letras» puede tener un impacto muy negativo en las niñas. Varios estudios han demostrado que los sesgos de género de padres, madres y/o profesores se asocian a un menor interés por la ciencia y a una peor autopercepción de las habilidades por parte de las niñas.
Esto, a la larga, impacta directamente en las elecciones de carrera que las niñas hagan cuando alcancen la adultez. El dato del Instituto de Estadística de la ONU es inequívoco: sólo un 30% de los y las científicas del mundo son mujeres. Esto es cuanto menos llamativo, ya que cada vez son más las mujeres que se doctoran, pero posteriormente no consiguen ocupar puestos como investigadoras o académicas.
En EE. UU. sólo un 31% de las prestigiosas becas de los National Institutes of Health (NIH) son concedidas a mujeres. Además, la gran mayoría de los directores de dicha institución son hombres (con una ratio de 16:1 en 2017). En Europa, la situación no es mejor. Únicamente el 27% de las personas que recibieron financiación del competitivo programa Horizon 2020 fueron mujeres y sólo el 32% de los miembros del European Research Council son mujeres.
Las dificultades para el acceso de las mujeres a puestos en el ámbito científico y/o académico se podría explicar, una vez más, por los sesgos de género. En un experimento tremendamente esclarecedor, investigadores de la Universidad de Yale llevaron a cabo un estudio en el que pidieron a 127 catedráticos y catedráticas de diferentes disciplinas y universidades de EE. UU. que evaluaran el currículum de un candidato o una candidata a un puesto de gerente de laboratorio. A cada participante (los/as catedráticos/as) se le asignó al azar un currículum a evaluar, o bien el currículum del candidato o bien el currículum de la candidata que postulaba al puesto.
El caso de John y Jennifer
El quid de la cuestión fue el siguiente: el currículum del candidato y el de la candidata eran idénticos, lo único que los investigadores modificaron fue el nombre que aparecía en cada documento. John para el candidato, Jennifer para la candidata. Tras enviar los documentos se pidió a los participantes que puntuasen los currículums en base a la competencia y empleabilidad del candidato o la candidata y que los evaluaran en función de si consideraban que eran dignos/as de su mentoría.
Los resultados mostraron que los y las catedráticas dieron puntuaciones significativamente superiores a John que a Jennifer, mostrando una clara preferencia por el candidato masculino pese a que ambos currículums fuesen exactamente iguales.
La evidencia demuestra que las mujeres reciben menos oportunidades laborales en el ámbito científico que los hombres, pero las dificultades no terminan en el acceso, sino que continúan incluso cuando las investigadoras consiguen establecerse en puestos de responsabilidad.
Por un lado, las mujeres científicas trabajan en peores condiciones laborales que sus compañeros varones. En países europeos de rentas altas y grandes avances en materia de paridad como Suiza y Países Bajos, sólo el 25% y el 22% de las investigadoras, respectivamente, contaron con un contrato laboral fijo en 2017/2018. EE. UU. una vez más, obtiene métricas similares en lo que a estabilidad se refiere, con sólo un 26% de las investigadoras del top 10 de todos los institutos que conforman los NIH (National Institutes of Health) con contrato de trabajo fijo.
Por otro, las científicas se enfrentan a menudo a otros obstáculos por el mero hecho de ser mujer, como el descrédito por parte de compañeros y compañeras (estudios muestran que se citan menos los trabajos realizados por mujeres) o el acoso en el trabajo.
Pese a todo esto, hay cabida para el optimismo. La última década ha estado marcada por grandes avances en materia de igualdad. En particular, la implementación de programas de intervención conductual ha demostrado tener un impacto positivo en la asignación igualitaria de becas y en la contratación y ascenso de mujeres a puestos de responsabilidad en el ámbito académico.
Un buen ejemplo de esto es la intervención diseñada por la Dra. Molly Carnes y sus compañeras de la Universidad Wisconsin-Madison en EE. UU. El programa va más allá de una formación en igualdad y provee de estrategias prácticas basadas en la evidencia que ayudan a eliminar los hábitos asociados a los sesgos de género.
En palabras de las autoras del programa: «Pasar de la motivación (quiero hacerlo) a la acción requiere tanto de autoeficacia (puedo hacerlo) como de expectativas positivas respecto del resultado (me beneficiaré de hacerlo). El cambio de comportamiento requiere la práctica deliberada del comportamiento deseado«.
En este sentido, las ciencias del comportamiento junto con la educación en igualdad a edades tempranas son herramientas poderosísimas para el cambio.
No cabe duda de que queda un largo camino por recorrer y que hay que seguir trabajando para que las mujeres científicas tengan las mismas oportunidades que sus compañeros hombres, pero sin duda, la igualdad en el ámbito académico y científico puede iniciar un efecto dominó que se transmita a cada vez más sectores de la sociedad. Como célebremente dijo Marie Sklodowska-Curie, «me enseñaron que el camino del progreso no es ni rápido, ni fácil», por tanto, progresemos lento, pero seguro.
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