Las noticias falsas se propagan más rápido y llegan a más población que las verdaderas, lo que se ha convertido en un gran problema para la paz.

La información desempeña un papel fundamental en las sociedades democráticas. Sin embargo, en los últimos años, estamos asistiendo a un aumento de los bulos y de las fake news, lo que pone en peligro el devenir de la sociedad. Aunque no son un fenómeno nuevo, ya que las noticias falsas existen prácticamente desde que el mundo es mundo, los expertos coinciden en que el fenómeno de la desinformación masiva se ha disparado con Internet y las redes sociales.
Para muestra, un botón. Según un informe de 2024 del Foro Económico Mundial, la desinformación ocupa el primer puesto en la clasificación de riesgos globales en el corto plazo, por delante de fenómenos meteorológicos extremos, la polarización social, la ciberseguridad y los conflictos armados.
Tengamos en cuenta que la información no sólo es relevante en el mantenimiento de la democracia, también afecta a asuntos tan importantes como la salud — como comprobamos durante la crisis del coronavirus — o el cambio climático. No mires arriba, dirán.
Lo más preocupante es que las noticias falsas se propagan más rápido y llegan a más población que las verdaderas. Así lo demostró un estudio realizado por investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y publicado en la revista Science.
Tras analizar 126.000 historias de Twitter (ahora X), escritas entre 2006 y 2017, descubrieron que «la información falsa se divulgó de manera significativamente más extensa, rápida, profunda y amplia que la verdadera en todas las categorías de información». Según los autores, «las noticias falsas presentaban un 70% más de probabilidades de ser retuiteadas que las ciertas». La pregunta es, ¿por qué pasa esto?
El papel de los ‘atajos’
Lo explica muy bien María Isabel Pascual, profesora de la Universidad Miguel Hernández (España) y especialista en marketing y comportamiento del consumidor, en un artículo difundido en el medio especializado The Conversation: los atajos cognitivos tienen gran parte de responsabilidad. «Si carecemos del tiempo, los conocimientos o la motivación, podemos procesar un mensaje utilizando ‘atajos cognitivos’ (heurísticas) que nos facilitan la tarea», describe.
Cuando hablamos de ‘atajos cognitivos’ hacemos referencias a atajos — valga la redundancia — que utiliza nuestro cerebro sin que necesariamente nos demos cuenta para procesar la información.
Por supuesto, los atajos cognitivos pueden ser de utilidad en determinados contextos. Hace unos meses Jose Arellano, Behavioral Scientist en BeWay, escribía sobre ello en un post publicado en nuestras redes sociales. Sin embargo, a medida que estos ‘atajos’ sustituyen a la reflexión crítica, aumentan las probabilidades de que se incurra en la desinformación.
Pascual pone el ejemplo del sesgo de confirmación. Por norma general, tendemos a dar por verdadera información similar a nuestras ideas previas. En Twitter este fenómeno se agudiza porque el feed de un usuario se va construyendo en base a sus seguidores. Normalmente, seguimos a quienes tienen ideas y gustos similares a los nuestros. La información que consumimos en los medios de comunicación va en la misma línea. Por esa razón, somos más de unos periódicos o canales de televisión que de otros.
Soluciones sobre la mesa
En los últimos años se han popularizado las herramientas de fact cheeking, que analizan en pocos minutos la veracidad o no de la información. Por ejemplo, la agencia Agence France-Presse (AFP) puso en marcha en 2017 AFP Fact Check, considerada la red de fact-checking más amplia del mundo por su cobertura global. En ella, más de 150 verificadores digitales trabajan diariamente para comprobar la autenticidad de las noticias que circulan por Internet.
Otros medios de comunicación se han unido a estas iniciativas, como The Washington Post, o han nacido a su albor, como es el caso del español Maldita.es. Mientras, gigantes como Google han desarrollado sus propias aplicaciones: Google Fact Check Explorer.
Si bien son un arma poderosa, requieren que las personas sean proactivas para verificar si lo que están leyendo es correcto o no.
Por eso, investigaciones recientes apuntan a que una mayor alfabetización digital y los nudges son estrategias útiles para paliar el problema. Un ejemplo de ello es el estudio llevado a cabo por Jaime Unda, psicólogo y Client Lead en BeWay, junto con investigadores del DIP – Detox Information, la Universidad del Rosario y la Universidad de Chicago.
En el contexto de las elecciones presidenciales colombianas de 2022, comprobaron que la exposición a una serie de videos, en los que colombianos interactuaban y mostraban las características que nos hacen vulnerables a la desinformación, reducía la vulnerabilidad a las noticias falsas.
Concretamente, las personas que veían los vídeos tenían un 30,3% menos de probabilidades de considerar las que las noticias falsas eran fiables.
La intervención, además, tuvo un efecto secundario: los participantes se sintieron más animados a denunciar tuits con desinformación.
Optimismo racional
Está claro que en un mundo cada vez más interconectado, la desinformación es un desafío crucial. Creemos en las noticias falsas no sólo porque se presenten de manera convincente, también porque apelan a nuestras emociones y prejuicios. El sesgo de confirmación, la sobrecarga informativa y la falta de alfabetización digital son algunos de los factores que alimentan esta problemática.
Sin embargo, no estamos indefensos. Al desarrollar un pensamiento crítico, verificar fuentes y fomentar el diálogo informado, podemos reducir el impacto de la desinformación y contribuir a una sociedad más consciente y bien informada. De este modo, podremos construir un mañana mejor.
